La experiencia provocada en el ajedrecista desde el punto de vista del aprendizaje tiene un valor indudable. La palabra experiencia se refiere a la naturaleza de los hechos que viven las personas, podríamos entonces afirmar que de cualquiera de nuestros actos cotidianos aprendemos algo aunque sea inadvertidamente. Pero el aprendizaje experiencial va más allá. En EMEA queremos que el alumno pueda generalizar, a partir de sus respuestas y su forma de pensar, conceptos que puedan incorporarse posteriormente a su juego. Se suele hacer una distinción entre el aprendizaje experiencial y el basado en asimilación de información (probablemente una de las causas de que el aprendizaje de miles de aficionados sea tan tedioso). En el aprendizaje por asimilación es el alumno quien a partir de unos conceptos generales decide los casos concretos en los que debe aplicar ese conocimiento, mientras que en el primero, el ajedrecista evalúa y observa los efectos de sus acciones, generando él mismo una base inductiva (y no deductiva) sobre la que va construyendo su fuerza de juego.
La mera recepción de información, por sí misma, no provoca en el ajedrecista cambios que le permitan progresar y adaptarse a los nuevos problemas que le surgen en una partida. Esto no significa que no debamos estar abiertos al conocimiento, pero sí que debe hacernos pensar cuánto de nuestro tiempo se está empleando de manera eficiente y cuánto no.
No podemos obviar, el efecto motivador de este tipo de aprendizaje participativo, en el que el propio jugador se considera dentro de la realidad por su efectividad práctica, y su propia retroinformación le permite conocer de primera mano sus errores, sus puntos fuertes y sus puntos débiles.
En EMEA hemos desarrollado los contenidos y la estructura de la formación desde este punto de vista, para que el propio alumno pueda salir de su zona de confort y lleve su juego a un nivel superior a través de la experiencia provocada.